Wednesday, October 05, 2005


El gran pez

"Cuando uno conoce al amor de su vida el tiempo se detiene a tu alrededor… pero el tiempo después tiene que recuperar el tiempo perdido…”. No es exacta la cita, pero todo aquél que haya visto la película fácilmente va a poder identificarla. O quizás no, y recuerde otro pequeño detalle de los que llenan de color y de fantasía a toda la historia. Y esas dos palabras no son menos importantes: color y fantasía. Ambas se entrecruzan y juegan en el infinito durante toda la película para dar una visión de lo más acabada de la belleza y felicidad humana.

Paradójicamente sólo una vez tuve la oportunidad de ver “El gran pez”. Una vez en la que el tiempo se detuvo, y luego se esfumó. Pero el recuerdo permaneció intacto. El recuerdo de la juventud y el amor que tan bien contados bailan incansablemente en un mundo imaginario. Imaginario mundo hasta los límites que permite la “realidad”, pero siempre vuelve a ser verdadero, al final vuelve a ser verdadero.

La magia de la vida no es sólo la realidad, porque el hombre es mucho más que eso. Los sueños toman por primera vez el protagonismo que merecen y cubren la película de esa incongruencia juvenil que tanta felicidad despierta.

La película nos muestra que nada se termina, que la muerte no es el final, sino es sólo una despedida. Despedida de las más memorables. Despedida que ni la perfección podría imaginar. Cada una de las pequeñas personas que en algo nos tocaron, que nos cambiaron, y que nos hicieron de alguna forma mejores, están presentes para decirnos adiós. Porque eso es lo que se respira al final. Todos somos ese personaje que muere. Todos somos su hijo, con cada una de sus penas. Y todos somos, fuimos, y seremos parte de ese relato, por siempre.